Categoría: Amor

Llegar a la meta

Líquido, fugaz, ardiente,

tóxico,

feroz, libre, hogareño,

hiriente.

 

A veces silencioso,

a veces multitud,

de vez en cuando mutuo.

Esquivo, prudente, voraz,

amistoso,

muy a mi pesar accidentado por la distancia.

Reconfortante, ingenuo, mentiroso,

voraz,

detonante de las peores pesadillas

y velador de multitud de sueños (los que están por venir).

 

En mis horas de espera,

en los vinos compartidos,

en los espejos de las pupilas que gritan,

en las sonrisas adivinatorias.

En las respuestas sin pregunta,

en las velas que aún están encendidas,

en los atardeceres que no veremos,

en los charcos por los que paso sin mojarme.

 

En las sábanas recién planchadas,

en las noticias que no duelen,

en las flores de plástico del salón,

en las bombillas de bajo consumo.

 

Por fin llegué a la meta,

de entender, cuando he completado todas mis casillas,

que mis mejores sospechas son ciertas,

que el mejor de los premios

es el olvido infinito

y que el amor (cuando duele)

también tiene fecha de caducidad.

 

#poemasdeamor

 

Versos del adiós final

A tus ganas de volver a empezar

se adelanta mi adiós,

un adiós de secos charcos de lágrimas,

de sonrisas pintadas con paletas de color rojizo,

sobre superficies abatidas por las llamas,

en bosques donde nunca habitaron los árboles.

 

 

El futuro, que se adviene sin dueño,

se posa sobre los azares, que son el limbo de los cobardes.

El otoño es la estación sin trenes de los que esperan

en medio de una multitud que clama ser rescatada

de seísmos en el mar de la incertidumbre.

 

 

Mis tintas enteras ahora dibujan tus desplantes,

bailados lentamente como eternos tangos,

tan largos como los adioses para siempre,

tan finales como estos versos,

que son los últimos  que se escapan por mi boca.

 

 

 

 

 

 

 

 

Agosto lleva tu nombre

De vez en cuando tu recuerdo me besa,

como me besa la locura de la maldita lluvia de febrero

en esos días en los que me debato entre olvidarte para siempre

o escribirte un poema más.

 

Agosto lleva tu nombre, ardiente como el alquitrán

de la desierta Gran Vía el día de tu cumpleaños.

Y los pueblos blancos del sur se preparan para recibir a miles de habitantes

que abandonaron su causa en busca de un futuro mejor o, al menos, un futuro.

Como cuando emigraste a otro continente

y cambiaste nuestro idioma por uno llamado inglés.

 

De vez en cuando tu recuerdo me abraza

como un niño abraza a su padre a la salida del colegio,

intenso y fugaz, como aquellos polvos cuando nos encontrábamos

en alguna fiesta en la que sabíamos que casualmente ambos íbamos a concurrir.

 

Alguna vez me prometiste que la vida volvería a juntarnos,

que nuestras miradas se fundirían una vez más,

como cuando tu sonreías y yo temblaba y

los dos entendíamos que seguíamos ardiendo.

Ardiendo como el alquitrán de la Gran Vía el día de tu cumpleaños,

preparándonos para no quemarnos una vez más.

 

 

 

 

Desvanecido Buenos Aires

 

 

La demencia no tiene lugar en aquella ciudad

con un pasado tan sobrecogedor como reciente,

la mala memoria será castigada con la peor de las condenas,

la lucha de los que nunca olvidan.

Aquellos que viven por los que fueron,

otros que nunca serán.

 

Malditas despedidas que nunca se produjeron

en aeropuertos imaginarios a mitad de camino.

 

Aquella ciudad invitaba a querer quedarse,

quedarse antes de llegar. Gritando un hasta nunca,

sentenciando un ojalá.

 

Promesas que se desvanecieron

como se desvanece la tenebrosa bruma

cuando las primeras luces se empiezan a apagar

y los taxistas desentierran sus ganas de gritar.

 

Malditos mis veranos a los que renuncié,

para regalarte los más ardientes de tus inviernos.

 

Ahora sólo eres un translúcido recuerdo,

un retrato borroso, como borrosas son las huellas

de aquella ciudad que soñó con ser algo más que una decadente capital.

 

Malditos los tangos que nunca bailamos,

aventurándose en el más cruel de nuestros finales.

 

Cordura y éxtasis nunca fueron de la mano,

pero déjame que te recuerde, a diez mil kilómetros de distancia,

que tú y yo lo conseguimos aquel verano.