Ahora que el verano se adentra,
que es hora de cumplir un año más,
en esta «nueva normalidad»,
intento reanimar mis ganas de celebrar.
Cumplidos los 30 sólo queda eso, cumplir,
con la vida,
con la pareja, con los descendientes
y con un trabajo que siempre está a punto de llegar.
Y, de nuevo, el péndulo sobre mi cabeza,
y el tic-tac en mis oídos
y la voz que me recuerda que nunca debí emigrar,
y ahora no vuelvo sola, me acompaña otra jodida crisis.
Mientras tanto, las facturas siguen en la mesa,
los sueños, guardados entre los libros,
las ganas intactas,
la decepción alumbrando la mirada.
Aunque siendo sincera,
tras una juventud incautada,
la incertidumbre ya no me asusta,
más bien, me mudé a vivir en ella.